jueves, 6 de marzo de 2008

Sobre la condición humana

Entonces un buen día, cuando cayo la noche no sentí un vacío, sentí algún alivio y a lo lejos una preocupación que venía por otro lado. No se bien de que se trata, todo paso tan de repente que la maraña todavía no deja ver el claro que hay más allá. Porque más allá siempre hay un claro y a la mente me viene una frase célebre, de nadie más que de mi propia madre, “Dios aprieta pero no ahorca” no es de su autoría pero ya en mi niñez la sentí por primera vez de sus labios y me quedó grabada. Cuando las cosas me son adversas, siempre me acuerdo de esa frase y es como un elixir que llega y me pone bien, me ahoga la angustia, me pone mejor cara y me hace ver las cosas con más claridad. A veces las cosas son simples, simples, y es uno el que las complica. Pero eso de complicar las cosas es natural de la condición humana y tiene que ver con un don llamado: Amor propio. Cuando uno carece de amor propio, tiende a martirizar el alma complicando las cosas, como una suerte de auto – boicot para que las cosas se pongan difíciles y justificar así la propia carencia. Lo difícil es soportar la ausencia. Para eso existe un ejercicio que puede servir aunque, en ciertos casos puede hasta resultar una burla pedir que se lleve a cabo. Se trata de dejar ingresar el dolor, el vacío. Porque es bien de humanos también poner resistencia al dolor. En cierto modo al sentir dolor, hacemos un gran esfuerzo para quitar- nos- lo de encima pero no, es exactamente lo contrario. Se hace sumamente necesario relajar, primero el cuerpo, y después el interior, el alma para que el vacío encuentre un lugar, un espacio y madure y se reduzca lentamente hasta que al fin desaparece. Además, es bueno dejar que las cosas sigan su curso, no intermediar ni interrumpir la simple y constante evolución de las cosas. Algunas veces se es protagonista, en otras espectador, pero en ambas cosas hay que estar pleno.

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